domingo, 14 de febrero de 2010

De políticos, santos y literatos

por Fernando Sorrentino

1. La poética política.
En 1983 cierto político argentino suscitó el general regocijo de los televidentes cuando, prefiriendo la analogía a la etimología, afirmó que, en las próximas elecciones, su partido "triunfaría conmigo o sinmigo". No obstante tal profecía optimista, en esa ocasión su bandería cayó derrotada (consigo o sinsigo).
En su mayor parte, los políticos argentinos suelen ser abogados, o médicos, o contadores públicos, personas que acaso algo entiendan de pleitos, de dolencias o de balances. Otros no ostentan ningún título universitario, lo cual no los hace ni mejores ni peores que los anteriores.
En uno y en otro caso, estos caballeros se muestran menos entusiastas del estudio o del conocimiento que de la insensatez y de la rapacidad. Por tal razón, la lectura más compleja que la mayoría de los actuales políticos argentinos logra alcanzar son las revistas deportivas o de chismes televisivos, cuya exégesis puede derribarlos en un surmenage rayano con la catatonia y acaso con la muerte por estallido cerebral.
Pero, hombres al fin, no siempre logran ocultar sus conocimientos literarios.
Harto sabida es la hazaña —declarada por él— de un ex presidente argentino que logró leer libros de Sócrates y novelas de Borges, aunque no reveló los títulos de dichos documentos. En cambio, no hay pruebas de que haya dicho Argentina renacerá de sus cenizas, igual que el Gato Félix.
En los días de mayo de 2003, obedeciendo el consejo evangélico (Haceos como niños), el mismo ex presidente nos impartió una lección de humildad al conjugar el pretérito perfecto simple del verbo andar como lo haría un párvulo de tres años: evitando el pedantesco anduvo y sustituyéndolo por el simpático andó (en sintonía con otro rival —gobernador, abogado, plutócrata, siempre arregladito como pa' ir de boda— que denominó, por escrito, petrolio al codiciable hidrocarburo que suele despertar la siempre alerta filantropía de Anglosajonia). Otros dirigentes, varones y mujeres, muy actuales y en ascenso, pronuncian dijieron, comisería, prefactura, disgresiones…
Políticos hubo que, con sonrisa condescendiente, han consignado: Como dijo Sherló Jolmes, "Elemental, Wason, elemental"; sin embargo, es improbable que puedan señalar en qué libro de Arthur Conan Doyle aparece la expresión.
Otros, en el logro de alguna proeza excelsa que —desde luego— envidian sus enemigos, dicen, desazonados —como resignándose ante el espectáculo de la mezquindad humana—: Ladran, Sancho, señal que cabalgamos. ¡Cuánta razón tenía el Fénix de los Ingenios! A Cervantes no le molestará la atribución a Lope de Vega de la enigmática sentencia, puesto que no recordará haber escrito ni del ladrido, ni de la señal, ni de la cabalgata.
También puede ocurrir que un político en decadencia obtenga un éxito inesperado; entonces, no será raro que se ufane: Como dijo don Juan Tenorio, "Los muertos que vos matáis gozan de buena salud". Los señores Tirso de Molina y José Zorrilla sin duda agradecerán los dos nuevos octosílabos, aunque no sabrán cómo injertarlos en sus dramas.

2. San Lucas, constituyente argentino.
Después del derrocamiento, en 1852, de Juan Manuel de Rosas, se sancionó, el 1º de mayo de 1853, la Constitución de la Nación Argentina.
En el "Preámbulo", los representantes concluyen diciendo que […] ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución para la Nación Argentina, tras haber afirmado que lo hacen con el objeto de “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Ahora bien, cuando cualquier culto político argentino de traje y corbata enfrenta una cámara de televisión o pontifica ante un micrófono de radio o se desgañita en una barricada popular, una irresistible fuerza altruista lo impulsa a adoctrinar de este modo a sus oyentes: En cuanto a la inmigración, ya se sabe que, según lo estipula nuestra Constitución, la Argentina está abierta a todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino.
Y si, de acuerdo con la versión evangélica latina, san Lucas (2, 14) ha dicho Gloria in altissimis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis, el opulento ocioso en cuestión ha metido, velis nolis, al santo entre los constituyentes de 1853, reemplazando el amplio atributo del mundo por el muy restrictivo de buena voluntad.
Este traspié se debe, sin duda, a que -en su versatilidad- los políticos argentinos pueden citar con igual soltura los Evangelios y la Constitución nacional, sin haber leído ni aquéllos ni ésta.

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